¿Por qué la gente se muere durante el paso de un huracán?
Hace 122 años, el 8 de septiembre de 1900, un poderoso huracán de Categoría 4 sorprendió a los residentes de la ciudad costera de Galveston, Texas, con vientos sostenidos de 140 mph (225 km/h) y marejadas ciclónicas de hasta 15 pies por encima de lo normal.
El desenlace fue catastrófico… El "Gran Huracán de Galveston" arropó con agua a toda la ciudad, destruyó alrededor de 7,000 viviendas y negocios, y dejó desamparados a más de 10,000 ciudadanos.
El ciclón de Galveston también fue mortal: Se estima que segó la vida de entre 8,000 y 12,000 personas, convirtiéndose en uno de los desastres naturales más mortíferos en la historia de Estados Unidos.
Y es entendible que, en el año 1900, un ciclón haya ocasionado tantas fatalidades. En aquel entonces, no existía la tecnología para precisar la trayectoria o la intensidad de los vientos de estos fenómenos.
Isaac Monroe Cline, el meteorólogo entonces a cargo de la Oficina del Servicio Nacional del Tiempo en Galveston apenas tenía como herramientas a su alcance un barómetro para estudiar la presión del aire, un termómetro para la temperatura, un anemómetro para medir la velocidad del viento, y un pluviómetro para saber cuántas pulgadas de lluvia habían caído. ¡Nada más!
Antes de que el "Gran Huracán de Galveston" desatara su furia contra el estado de Texas, Cline documentó un descenso en la presión barométrica cerca de la costa. También, un leve aumento en la velocidad de los vientos. Pero esa no era evidencia suficiente para alertar al meteorólogo de que un monstruo cargado de lluvia, ráfagas y marejadas estaba en camino...
La mañana del 8 de septiembre de 1900 amaneció nublado en Galveston, y ya para el mediodía, empezó a llover. Los residentes, sin embargo, no tenían idea de lo que la Madre Naturaleza les tenía guardado. A media tarde, los instrumentos de Cline empezaron a reflejar cambios y no fue casi hasta las 4 p.m. cuando él se dio cuenta que lo que venía a su ciudad, era una tormenta de categoría mayor.
El meteorólogo, entonces de 38 años, de inmediato se montó en su caballo y galopó por toda la costa de Galveston, alertando a gritos a los residentes que vivían cerca de la playa que se marcharan de la zona. Pero para esa hora, ya era demasiado tarde...
El agua del mar poco a poco ya salpicaba por encima del rompeolas de Galveston a consecuencia de la impresionante marejada ciclónica que acompañaba al "Gran Huracán". Al caer la noche, empezó a inundarse la ciudad, ahogando a miles de personas que dormían en sus hogares. ¡Jamás se enteraron de que llegó un huracán!
El propio Cline, incluso, estuvo a punto de morir. Pero logró sobrevivir y salvar de las aguas a su hija Esther, entonces de seis años. Su hermano Joseph también actuó con rapidez, y salvó a las otras dos hijas de Cline, Allie May, de 12 años, y Rosemary, de 11 años.
Cline pasó a la historia como un pionero en el estudio de ciclones y en la actualidad, un premio lleva su nombre como el máximo reconocimiento que otorga el Servicio Nacional de Meteorología de Estados Unidos a quiénes se destacan en el análisis de fenómenos climatológicos.
Algunos aseguran que el acto de subirse a su caballo para advertirle a la ciudadanía de que se avecinaba un huracán supuestamente salvó miles de vidas. Esto, sin embargo, es debatido por algunos historiadores que opinan que su esfuerzo fue en vano.
De nuevo, es entendible el hecho de que, en el año 1900, un huracán llegó sin avisar y mató a miles de personas. Lo que no me cabe en la cabeza es por qué, en pleno Siglo XX, todavía siga muriendo gente a consecuencia de los huracanes.
Hoy tenemos satélites en el espacio, boyas marinas con instrumentos desplegadas en diferentes puntos del océano para, en tiempo real, enviar información sobre las condiciones climatológicas. Tenemos incluso aviones que, tripulados por intrépidos pilotos, desafían la gravedad y la furia de los ciclones para volar dentro de ellos. Desde que se forma fenómeno tropical, despegan los llamados caza-huracanes para estudiarlos.
Sí, es cierto que la predicción meteorológica, y en especial de los ciclones, no es una ciencia precisa. Por eso los expertos del Centro Nacional de Huracanes a la hora de pronosticar una trayectoria, establecen lo que se conoce como el "cono de incertidumbre", que son los puntos en el mapa por donde se podría dirigir el ciclón.
Casi siempre, las personas que mueren durante un huracán pierden sus vidas por cometer actos de imprudencia (como salir a cortar árboles en medio de la tormenta), o porque no obedecen las recomendaciones de las autoridades competentes.
La semana pasada, por ejemplo, mucho antes de que el Huracán Ian castigara al Estado de Florida, el gobernador Ron DeSantis emitió una orden obligatoria de evacuación para más de 2.5 millones de personas, mayormente en las zonas costeras del Golfo de México. Muchos obedecieron, cerraron sus negocios y se fueron de sus casas. Pero hubo otros que hicieron caso omiso, para luego pagar las consecuencias.
Hasta el lunes por la mañana, se habían reportado al menos 80 fatalidades vinculadas al paso de Ian por la Florida. Hubo personas que se confiaron en el pronóstico inicial de que Ian se dirigía a la ciudad de Tampa. Pero cuando el ciclón se desvió hacia el sur, y decidió tocar tierra por el área de Fort Myers, para los que se quedaron en casa ya era demasiado tarde para evacuar.
Ian, al igual que el "Gran Huracán de Galveston", pegó por el suroeste de Florida con intensidad de Categoría 4, y según los expertos, produjo las peores inundaciones de los últimos 500 años. Los hermosos destinos turísticos de la Costa del Golfo de Florida, que parecían sacados de la portada de una revista, quedaron pulverizados por el devastador huracán. Hoy partes del estado lucen como una "zona de guerra".
El problema radica en que, si bien Estados Unidos tiene los recursos para reconstruir lo destruido, nada le devolverá la vida a quienes perecieron durante la tormenta. Ojalá que la próxima vez que nos "visite" un huracán, porque ellos van a continuar viniendo, la ciudadanía haga caso y evacúe... Porque de lo contrario, estaremos añadiendo más muertes en situaciones cuando nadie debe morir. Yo soy Fernando Almánzar y así veo las cosas...
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