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Fernando Mateo... Un pionero que sembró raíces como activista en Nueva York

El nombre de Fernando Mateo es sinónimo de trabajo, respeto y dedicación, especialmente en el área metropolitana de Nueva York, donde sembró raíces desde muy temprana edad y por años luchó para mejorar el entorno que le rodeaba.

El empresario dominicano, de 64 años, se hizo famoso gracias a su activismo comunitario, primero en 1989 con un programa de entrenamiento vocacional para capacitar a los convictos no-violentos cumpliendo sentencias en la Cárcel de la Isla Rikers; y luego, cuatro años más tarde, con una novedosa iniciativa para combatir la delincuencia y sacar las armas de fuego de las calles de "La Gran Manzana".

Mateo se postuló el año pasado para el puesto de alcalde de Nueva York. Si bien fue infructuoso en sus aspiraciones políticas tras apenas obtener 16,721 votos en la primaria del Partido Republicano, su derrota en las urnas para nada borró la huella de éxitos obtenidos durante su larga carrera profesional y comunitaria.

Su motivación para perseguir el "Sueño Americano": Escapar de la pobreza y no vivir en la incertidumbre económica. Mateo venía de una familia numerosa; era el menor de 10 hermanos. Su mamá Carmen era ama de casa, mientras que su padre Kristobal, trabajó como taxista y luego abrió su propia bodega.

"Yo no quería ser pobre. Yo no quería vivir como vivíamos nosotros", recordó Mateo al señalar que en un momento de su niñez compartía un pequeño apartamento con siete miembros de su familia en Nueva York. "Era una vida difícil".

Dejó la secundaria huyéndole a las drogas

Mateo estudió en la Escuela Secundaria Seward Park, en la parte baja de Manhattan. Pero en aquella época, ese plantel educativo estaba plagado de drogas y el entonces joven dominicano decidió abandonar sus estudios.

"Le dije a mi papá que yo no podía ir a la escuela, que no quería ir a la escuela por había mucha droga", afirmó Mateo en entrevista con A Simple Vista RD. "Él me dijo que, si yo no quería estudiar, entonces tenía que buscarme un trabajo, y fue exactamente lo que hice".

Con apenas 14 años, Mateo empezó a trabajar para una familia judía que tenía una tienda. "Ellos me enseñaron a tener confianza en mí mismo", expresó. "Aprendí el negocio al pie de la letra".

Unos dos años y medio más tarde, Mateo tomó un curso para aprender a instalar pisos, y en 1976, con apenas 17 años, montó su primer negocio con $5,000 dólares que había ahorrado y otros $3,000 que le prestó su padre. Su pequeña tienda para la venta e instalación de alfombras, con años de esfuerzo y dedicación, eventualmente se convirtió en una empresa multimillonaria.

Se sintió motivado a ayudar a otros...

Una vez Mateo obtuvo la estabilidad financiera que buscaba para él y su familia, decidió mirar hacia afuera y se preguntó, "¿qué más yo puedo hacer para ayudar a aquellos que no tienen lo que yo tengo?"

Fue entonces cuando el destino lo llevó a la Cárcel de la Isla Rikers, una de las instituciones correccionales más grandes del mundo, donde en 1989 empezó a compartir sus conocimientos con los reos no-violentos que estaban cumpliendo sentencias por cometer un primer delito.

"Yo les enseñaba cómo poner pisos y cuando salían de la cárcel, les ofrecía empleo", indicó el activista. "Nosotros pudimos lograr muchas cosas lindas".

Su iniciativa no paró ahí. Con la ayuda del entonces alcalde neoyorquino David Dinkins, recibió recursos y dentro de la prisión se estableció El Instituto Mateo de Entrenamiento. Allí los reclusos tomaban clases vocacionales para aprender electricidad, plomería, carpintería, soldadura y otros oficios que le ayudarían a entrar a la fuerza laboral una vez cumplieran sus sentencias.

El trabajo comunitario de Mateo fue galardonado por el presidente George H.W. Bush, quien en 1991 lo recibió en la Casa Blanca para entregarle el Premio Puntos de Luz, dedicado a exaltar a los ciudadanos que trabajaban de forma voluntaria para ayudar a sus comunidades.

Intercambió armas de fuego por juguetes

No obstante, el mayor logro de Mateo como activista llegó en 1993 cuando, en medio de una ola de violencia en Nueva York, se le ocurrió una iniciativa para sacar las armas de fuego de las calles intercambiándolas por juguetes.

El programa "Toys for Guns", como se llamó inglés, permitía que los residentes entregaran sus armas de forma voluntaria al Departamento de Policía de Nueva York y a cambio recibían un certificado de compras para una tienda de juguetes. Se estima que durante los dos años que duró el programa "Juguetes por Armas", unas 3,000 armas de fuego fueron sacadas de las calles neoyorquinas, ayudando a bajar las tasas de delincuencia en la ciudad.

Mateo continuó su trabajo comunitario, primero convirtiéndose en la voz de los taxistas y luego en defensor de los derechos de los bodegueros, quienes para finales de la década de los 1990s se convirtieron en el blanco de la violencia de la ciudad.

"La mayoría de los dominicanos que viven en Nueva York son gente trabajadora", enfatizó Mateo. "Ser dominicano es tener integridad. Ser dominicano es tener honor. Ser dominicano es representar, es venir a este país y levantar nuestra bandera".

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