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Donald Trump... cada vez más sólido como un figura de poder


Hace muchos años, quizás por motivos de higiene mental, decidí no emitir pronósticos políticos en público. En más de una ocasión, los análisis que hice, los cuales pensaba estaban muy bien documentados, terminaron proporcionando resultados completamente equivocados.

En 2000, por ejemplo, pronostiqué que el demócrata Al Gore ganaría las elecciones de noviembre de ese año. Y, si bien el entonces vicepresidente obtuvo más de medio millón de votos populares que su rival republicano, al final del conteo, del recuento, de los votos invalidados y las múltiples demandas en corte, el exgobernador de Texas, George W. Bush, terminó ganando la presidencia y ocupando la Casa Blanca por ocho largos años.

Me equivoqué nuevamente en 2008, cuando vaticiné que el senador republicano John McCain y su popularísima compañera de boleta, la exgobernadora de Alaska, Sarah Palin, conquistarían el triunfo en las urnas. Aparte de que en aquel momento en la nación americana se respiraba un aire conservador que en cierto modo favorecía al Partido Republicano, jamás pensé que los votantes estadounidenses apoyarían la promesa de "cambio" que proponía el novato senador de Illinois, Barack Obama.

Tenía la errada opinión de que, a nivel social, Estados Unidos no estaba preparado para tener un presidente de raza negra. Conociendo muy el racismo y la discriminación que todavía, en pleno Siglo XXI se vive en este país, tenía la equivocada idea de que mi generación jamás sería testigo de un presidente afroamericano en la Casa Blanca. Obama ganó y también gobernó por ocho años.

Mi tercer "ponche político" lo sufrí en las elecciones de 2016 cuando, basado en las encuestas y testimonios de la gente en la calle, auguré que la ex-primera dama, exsecretaria de Estado y exsenadora de Nueva York, Hillary Rodham Clinton, ganaría los comicios de ese año.

Y sí, Hillary sacó casi 3 millones de votos populares por encima de su rival republicano, pero al final de la jornada, el magnate multimillonario Donald J. Trump ganó la presidencia.

Hice esta larguísima introducción porque ahora más que nunca quisiera estar nuevamente equivocado. Y es que todo parece indicar que Trump sigue siendo una poderosa fuerza política dentro del Partido Republicano, fortaleciéndose cada día que pasa con miras a los comicios presidenciales de noviembre de 2024.

Esto a pesar de que en las últimas semanas hemos visto clara evidencia de cómo hizo tambalear la democracia de Estados Unidos, instigando a la violencia y orquestando un golpe de estado para permanecer en la Casa Blanca a pesar de saber que perdió las elecciones de noviembre de 2020.

Aunque Trump ya no está en el poder, su influencia y liderazgo se hicieron presentes esta semana con tres notables fallos que promulgó la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos, gracias a tres jueces ultraconservadores que el expresidente nombró durante su gestión.

El primer fallo es quizás el menos polémico y tiene que ver con la autorización de utilizar fondos públicos para pagar por colegios privados, incluyendo escuelas de índole religiosa. Antes de esta decisión del Tribunal Supremo, por ejemplo, si un papá quería que su hijo estudiara en un colegio católico, éste tenía que pagar la inscripción y mensualidad de su bolsillo.

Ahora podrá solicitar fondos del gobierno federal para solventar la educación religiosa de los hijos, una posición que contradice a la Constitución de Estados Unidos, que promueve una marcada separación entre el Estado y la Iglesia.

El segundo fallo que eliminó esta semana la ultraconservadora Corte Suprema fue la anulación de una ley de armas de Nueva York, inicialmente promulgada hace más de 100 años, que prohibía portar armas en público.

La demanda, respaldada financieramente por la Asociación Nacional del Rifle, representa un triunfo para los defensores de la Segunda Enmienda de la Constitución que promueve el derecho a tener armas, en momentos cuando la nación americana se desangra a consecuencia de los frecuentes tiroteos masivos.

En lo que va de año, según el Gun Violence Archive, en Estados Unidos se han reportado unos 282 tiroteos masivos en los que cuatro o más personas han muerto, y unas 21,000 personas han muerto a consecuencia de disparos. Es obvio, que la Corte Suprema, y sobre todo los tres jueces nombrados por Trump, hicieron caso omiso a estas cifras antes de emitir su fallo.

La tercera y última polémica decisión promulgada esta semana por el Máximo Tribunal de la nación es la derogación del fallo de Roe vs. Wade, que en 1973 les otorgó el derecho a las mujeres a tener acceso a un aborto. La eliminación de esta decisión judicial había sido una promesa de Trump desde mucho antes de que llegara a la Casa Blanca.

A partir de ahora, en vez de existir una norma nacional, cada uno de los 50 estados del país decidirá si autoriza o no la realización de abortos. En este momento, ya hay 26 estados que de plano eliminarán el acceso al aborto, a pastillas anticonceptivas o cualquier otro método para evitar embarazos. Esto incluye, en algunos casos, embarazos no deseados productos de violación e incesto. Mientras que otros 16, han dicho que lucharán por mantener los derechos reproductivos de la mujer.

El tema aquí es que la prohibición del aborto no evitará que ocurran. Ahora surgirán clínicas clandestinas de aborto y, solo las mujeres con posibilidades económicas podrán costearse los gastos para viajar a un estado en donde el aborto sea permitido. Una embarazada en Texas o Florida tendrá que viajar a California o Nueva York para realzarse un aborto.

Lo que está claro es que la Corte Suprema se ha convertido en un arma política del Partido Republicano, y contrario a lo que falló esta semana, la mayoría de los estadounidenses quieren un mayor control de armas y que la mujer tenga el derecho de decidir qué hace con su cuerpo.

Gracias a Trump, el Tribunal Supremo está yendo a una dirección muy contraria a la que se dirige la mayoría de la opinión pública del país. Y eso es evidencia de que, si las elecciones fueran hoy, el expresidente probablemente ganaría de calle en las urnas...

Quisiera estar equivocado como lo he estado en el pasado. La realidad es, sin embargo, que el Partido Demócrata tampoco tiene mucho que ofrecer. La popularidad del presidente Joe Biden está por el suelo. Su administración está cometiendo graves desaciertos, especialmente en el tema de la inmigración y su relación con América Latina, la gasolina está a casi $5 dólares el galón, y la población está sufriendo con el peor índice inflacionario de los últimos 40 años.

Al final del día, como diría el expresidente Bill Clinton, "¡es la economía, estúpido!". ¡Qué importa si Trump intentó un golpe de estado o forzó a la Corte Suprema a eliminar el derecho al aborto! Son los bolsillos y la seguridad de la gente los que deciden las elecciones. Yo soy Fernando Almánzar y así veo las cosas.

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