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La solución del problema haitiano está en manos de la comunidad Internacional

Por Johnny Sánchez
Especial para Mi Tierra News

MIAMI, Florida - Durante su reciente discurso en Bruselas en el marco de la cumbre de la Unión Europea y la CELAC, el presidente de República Dominicana, Luis Abinader Corona, comentó de manera enfática: "no nos podemos olvidar del tema haitiano".

Parecería, sin embargo, que todos se rieron de las palabras del mandatario dominicano en Europa, ignorando el hecho de que Haití y República Dominicana comparten la misma isla, y que la crisis por la que atraviesa el empobrecido país caribeño afecta directamente al lado quisqueyano.

La realidad es que nadie quiere meter las manos en la candela para resolver este lío.

Es un vil chantaje imponer presión mediática, diplomática y comercial contra República Dominicana para que los quisqueyanos acepten en su territorio campos de refugiados humanitarios para albergar a miles de haitianos qué, durante su estancia, utilizarán agua potable, energía eléctrica, combustibles y pondrán en riesgo la seguridad alimentaria de los dominicanos.

Todo esto para que el mundo vea a los dominicanos como "buenas gentes", sin justificar el costo que incurre República Dominicana sin el subsidio de los países ricos, que sí pueden pagar con efectivo inmediato, y que por el contrario prometen "derechos especiales de giro" a tasa preferencial.

La verdad es que República Dominicana está siendo invadida por inmigrantes ilegales provenientes de Haití debido a la crisis por la que atraviesa ese país. Esa situación no puede continuar, a pesar de que para muchos es un negocio, y muy lucrativo. Los cónsules dominicanos en Haití no tienen un tope y venden visas al que traiga el billete, permitiéndole a los haitianos que entren y se escondan por meses en el territorio dominicano.

Una solución que nos presentan es entrenar en territorios islas haitianas a jóvenes de 18 a 32 años, fuertes y sanos, para llevarlos a la guerra de Ucrania y a otras regiones como mercenarios, y usar nuestras Fuerzas Armadas para que ganen salarios por ser sus maestros y entenderlos en sus tácticas y formas de pensar, con armas. Eso se especula y no hay nada en serio al respecto.

Somos tímidos en la repatriación de esos ilegales por temor a las críticas internacionales, presiones de las organizaciones no-gubernamentales y otros cientos más dentro del caucus demócrata que no quieren que sea Estados Unidos u otros países que se deporten los hermanos haitianos, sino la culpa es del vecino dominicano, la isla es una e indivisible y eso no es verdad.

Esto mientras que Bahamas, Cuba y otras islas del Caribe deportan a los haitianos desde que pisan sus playas. Y, en Estados Unidos, los persiguen con caballos y fustas.  ¿Entonces?

Tenemos escuelas con un 60% de niños de origen haitiano y hospitales con más del 50% de las parturientas que vienen de Haití, a un costo que sobrepasa los RD $11 millones de pesos mensuales.

Y ni hablar de los 900,000 haitianos que trabajan (formal e informal) en todos los sectores de la economía y remesan US $850 millones dólares anuales a su país.

República Dominicana ha hecho demasiado por Haití y ellos por nosotros, aportando mano de obra en trabajos que a los dominicanos no les interesa.

Pero llegamos al límite, por lo que hay que amurallar la frontera, aunque se mantengan los mercados binacionales y se le exporta combustible y alimentos para paliar la crisis.

República Dominicana tiene 2.3 millones de pobres que atender en su territorio y esa debe ser la prioridad. El presidente Abinader Corona está haciendo lo correcto con relación a Haití y cuenta con el apoyo casi total de los dominicanos.

Pero no podemos dejar al presidente solo en este delicado asunto, ni que ciertos políticos oportunistas estén cuestionando públicamente sus decisiones sobre Haití, porque eso nos debilita a los ojos del mundo.

La Isla Gonaïves o la Tortuga, tierra haitiana, con fuerza militar internacional para poner orden y crear casas de campaña en dos días es la solución, mientras los países ricos pagan.

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