Al hablar sexo o de dinero, el cerebro se activa igual
¿Por qué una persona que tiene tanto dinero es capaz de delinquir e ir a la cárcel con el último objetivo de amasar una fortuna superior? |
Por Sofía Vásquez
Revista Dominical "Dejando Huellas"
De acuerdo con la ciencia económica, cuando alguien tiene 10 jamones para comer, pongamos como ejemplo, es muy probable que no compre el undécimo. Dicho de otra manera, cuando una persona tiene demasiado de algo, menos desea ese algo.
Esta regla, sin embargo, se incumple cuando se trata de dinero. ¿Por qué? Podríamos estar delante de un sujeto que tuviese una enfermedad denominada crematomanía -palabreja que tiene su raíz en la griega krematos- o deseo obsesivo por acumular dinero y riquezas.
Cuando alguien tiene un problema de esta índole es difícil que lo reconozca sobre todo en una sociedad desarrollada. Sin embargo, que piense que no está enfermo no significa que no lo esté.
Una investigación del profesor Jeffrey Pfeffer, de la Universidad de Stanford, revela que el dinero puede llegar a convertirse en una droga y generar un ansia que desemboca en una necesidad de ganar cada vez más y más y más.
En este estudio se advertía que el nivel económico es un indicador de la valía y de la competencia de la persona. "Eso lo hace adictivo, así que cuanto más tienes más quieres", concluyó Pfeffer. La investigación también constató -a través de varios experimentos- que la fortuna ganada a través del trabajo es más importante que la obtenida a través de un premio de la lotería.
El problema de que el dinero sea una droga se adereza con otras dos ideas: la avaricia y la impunidad.
Algún cronista de prestigio publicó que contar dinero estimula las mismas partes de nuestro cerebro que se activan cuando tomamos una sustancia alucinógena, afirmación que da alguna pista de lo complicado de las relaciones humanas con la fortuna.
Intentando entenderlas desembarcamos en el trabajo de Marta Romo, máster en recursos humanos, coach profesional y formada en neurociencia aplicada al liderazgo y a la creatividad por la Universidad de Chicago, quien defiende que en cuestión de dinero "somos menos racionales que en muchas otras facetas de nuestra vida porque cuando tomamos decisiones financieras a nivel micro nuestras emociones adelantan al intelecto".
La experta explica que la zona prefrontal del cerebro, el lugar donde se genera el pensamiento más avanzado y la toma de decisiones, está tremendamente influida por el sistema límbico, nuestro cerebro emocional. En estas interconexiones hay "una protagonista", la amígdala cerebral, que es la que dice "eso es bueno, acércate o eso es un peligro, aléjate".
Romo recuerda que la información puede ir por dos caminos hasta la amígdala:
- El que pasa por la corteza cerebral y valora toda la información y vuelve a mandarla a la amígdala, que en ese momento podrá analizar la información en todo su contexto.
- El camino más corto que une tálamo y amígdala. Pone en activo el sistema, pero las decisiones son más impulsivas. Lo ideal, dice la experta, es tratar de relacionarnos con el dinero utilizando siempre el camino largo.
Para ello hay que identificar nuestras creencias y analizar los marcadores somáticos negativos (estos marcadores pueden activar el camino rápido cuándo una experiencia negativa se fijó en nuestro recuerdo). De esta manera sabremos elegir si nos conviene ahorrar o gastar y disfrutar.
Pero también tenemos que ser conscientes de que nuestra relación con el dinero puede verse influida porque nosotros mismos hemos sido contagiados por el entorno social del momento y abducidos por el llamado sesgo del presente, que nos lleva a preferir 10 euros de ahora que 20 del pasado mañana.
Este sesgo, publica Romo citando a Dunn & Bradstreet, hace que gastemos hasta un 18% más si pagamos con tarjetas de crédito o con dinero en efectivo.
Por último, concluye la experta, hay ocasiones en que "nos emborrachamos con las emociones y caemos en la tentación… porque está demostrado que cuando nos hablan de ganar dinero se activan las mismas partes de nuestro cerebro que cuando estamos disfrutando de una buena comida o ante el sexo, y claro, nos dejamos llevar. Por el contrario, cuando perdemos dinero o pensamos en esa posibilidad, nos duele como si nos doliera físicamente". Quién podría pensar que, como matiza Romo, el dinero es un regulador del placer y del dolor.
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